Aprendiendo a Vivir

"Nunca Pierda la dulzura de su carácter"

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viernes, 15 de julio de 2016

¿QUÉ SE SIENTE EN EL MOMENTO DE UN ATENTADO?



¿Qué se siente en el momento de un atentado? Preguntó un periodista a un testigo presencial del ataque de ayer en la noche en Niza. Al escuchar la pregunta apagué indignado el radio-receptor por el que venía escuchando los pormenores de la  terrible noticia.
¿Qué se puede sentir? ¿A quién le importa lo que alguien siente en ese momento, cuando la cantidad de los muertos asciende a 87, hoy en la mañana? En fin, como no soy estudiante de periodismo, ni analista profesional de sucesos, debo doblar la página y preguntarme, tan solo, por mi única y propia necesidad: ¿Qué puedo pensar de esta tragedia?
 


El mundo no puede seguir siendo el mismo desde anoche. Cada tragedia como la de ayer, independientemente de quién la haya provocado o quién se atribuya la autoría, obliga a todo ser humano, habitante de este planeta, y soy uno de ellos, a razonar sobre la posición responsable que hay que asumir frente a este hecho, que dista de ser uno más en la historia de las tragedias.
El 11 de septiembre del 2012 ocurrió el atentado contra las Torres Gemelas. El mundo se conmovió al observar impávido las imágenes tomadas en directo por los medios de comunicación que, sin mediar ningún tratamiento periodístico previo, trasladaron a la audiencia mundial, las escenas asombrosas de pánico, muerte, desconcierto y dolor, que aún muchas personas guardan vigentes en su memoria. Pero el tiempo ha pasado desde ese día. Estados Unidos como nación se recuperó del impacto y como si fuera un símbolo a la capacidad de restauración del pueblo norteamericano, en el mismo lugar del atentado, hoy se yerguen modernas construcciones que dejan claro el mensaje de la enseñanza aprendida de la dolorosa tragedia.
Lo sucedido anoche es igual en términos de magnitud, proporciones y consecuencias a lo del 11 de septiembre del 2012. Hacer estrellar dos o casi tres  aeronaves contra dos gigantescos edificios o embestir a una multitud desprevenida e inocente, luego de haber meditado en el modo y el método de actuar, en la forma como al parecer, en el hecho ocurrido anoche, nos muestra el resultado de las primeras investigaciones de la policía francesa, solo puede dejar en claro la causa mayor de todo lo acontecido: odio.
Cada vez que el odio se impone sobre cualquier otra forma de convivencia humana, habrá una catástrofe que cambiará el mundo, la vida, el diario vivir, la familia, el ser humano. El odio no razona, ejecuta. El odio no espera: aniquila. El odio no transige: destruye. Cualquier causa que se ampare, así sea subrepticiamente, en enunciados que se hayan gestado por semillas de odio de cualquier tipo, social, político, religioso, filosófico o étnico, no debe contar con ningún reconocimiento, ni público ni privado, de nadie que sea consciente de su naturaleza humana, dotada de cuerpo, alma y espíritu,  creada y consumada por Dios.  Dios, el Dios de la Biblia, es amor, ante todo. Y si bien es justo y su justicia muchas veces es dura e incomprendida, nunca antepone su voluntad a su amor incondicional.