Pertenezco a una población en riesgo en la época del coronavirus. ¿Qué significa esto? Significa que soy un problema, entre otras cosas. Soy un problema porque puedo contagiar a alguien o porque puedo ser contagiado de alguien, en cualquier forma. Pero poco a poco he ido entendiendo la cara buena de esta mala noticia. Y es que, por ser un adulto mayor, como se dice de manera elegante, los supermercados han dispuesto un horario preferencial para nosotros, lo que quiere decir que solo se permite entrar a esos lugares a horas determinadas y previo la presentación de la cédula.
Estoy obligado a permanecer todo el tiempo, dentro de las cuatro paredes de mi casa debido a la presente pandemia (quiero decir que estoy muy a gusto dentro de ella), y creo que la situación se agrava y según las declaraciones de las autoridades de salud todo va a ponerse peor en los próximos días.
Es interesante llegar a la mayoría de edad y descubrir que se es parte de la sociedad, en la clasificación de “población de riesgo”, es decir, que puedo causar problemas apenas alguien se me acerca. Casi toda la vida había creído que yo no era un sujeto que causaba problemas a nadie. Pero esto ha sido desmentido a raíz de la pandemia del coronavirus. Sí, causo muchos problemas y por eso debo permanecer aislado, lejos del contacto con gente. Soy una víctima potencial (término que usan las autoridades) que puedo contagiar con solo estar en contacto con un niño, o con un adolescente, por el solo hecho de hablarle o de acercarme a alguien a más de un metro de distancia.
Y yo que pensé, que a medida que me acercaba a la edad adulta iba a convertirme en una persona sabia, o cuando menos, experimentada que tuviera por ese sólo hecho muchas cosas que enseñar a los niños, a los adolescentes y a quienes quisieran oírme.
No obstante, ahora que estoy en la curva descendente de la edad, pero ascendiendo en la curva de la madurez creo que hay noticias muy buenas: la franja de los adultos mayores de hoy, hemos alcanzado el punto más alto de la existencia, y por haber nacido a comienzos de la década del 50 pertenecemos a una generación que ha sido muy sana, segura, protegida, longeva, mejor vestida, caballerosa, alimentada y mejor cuidada que muchísimas otras.
Es indudable que no han faltado, en nuestra generación, épocas de tristeza, abatimiento, preocupación, desasosiego, desilusión e incertidumbre, pero también han surgido, al mismo tiempo, grandes oportunidades para enfrentar el cambio y sobreponerse a las tragedias individuales y colectivas.
Hoy, nosotros los mayores, los de la población de riesgo, tenemos la oportunidad de sacar de nuestro archivo de experiencias, las enseñanzas aprendidas en épocas de dificultad y, con la ayuda de Dios siempre, compartirlas desde la ventana virtual de nuestro confinamiento por pandemia, para provecho de quienes ahora viven o sobreviven en una época, en la que hacen mucha falta las decisiones simples pero profundas, firmes pero equilibradas, inmediatas pero con sentido de eternidad. Cuando en la desesperación se llega a no saber que hacer, entonces es cuando Dios empieza a intervenir a través de la fe, que actúa de manera preferente en los días de desesperación. Uno de los ejemplos más heroicos del poder de la fe en Dios, para vencer la desesperación que produce la carencia de posibilidades, la tuvieron Abraham y Sara su esposa, los patriarcas bíblicos, adultos muy mayores y, aún hoy, es tiempo propicio para que todos lo comprobemos.
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