Hoy, como casi todos los días, de manera añosa, me desperté y luego de poner los pies en el piso y recordar si había pasado bien la noche anterior, salí de casa para comprar el pan en la panadería de la esquina, para cumplir el ritual de las mañanas tempranas, casi oscuras, de casi todos los días del año, que está a punto de quedarse atrás.
Hoy ha significado la primera oportunidad para sentir que tenía otro día por delante para amar, hacer, cantar, silbar, vivir. Un año que pasa, un día que llega y un año por venir. Un símbolo de esperanza.
Caminé, como siempre lo hago a esta hora, en medio del más grande de los silencios, repasando fugaz pero vitalmente, los recuerdos de todo lo que ha representado este año, moderado, y sujeto a ese fino hilo que sujeta la existencia humana entre frágiles peldaños, como la soga sujeta al barco en los muelles del tiempo.
Mis pasos han llevado este año peso de vida, saltando entre los escollos de setos de cada día, altos, bajos, significantes o sin importancia, los mismos con los que he trasegado todos los años anteriores, en marcha hacia el propósito, no pocas veces claro, pero siempre futuro. Pisadas humeantes de amor por quienes están constantes y fieles a mi lado, mi esposa y mis hijos, a los cuales he podido arrimar un brazo de soporte, débil algunas veces pero aceptado siempre, o una frase innecesaria pero afectiva, o una oración silenciosa o un beso furtivo.
Esta de hoy es una mañana con vientos, nubes y cielos que hablan de glorias majestuosas, universales, únicas, totales, con cantos de aves cómplices y vocingleras, libres para declarar a la tierra y al tiempo la grandeza de su Creador.
Este día me ha parecido que he dejado un rastro, mientras camino hasta la esquina ida y vuelta, de hazañas heroicas y cobardes de cada una de mis jornadas, gravadas en mi piel, evocando mi desconcierto y mi templanza. Heroicas por lo que me ha costado llegar hasta ellas y cobardes por lo que aún me falta.
Este año he querido ser el otro, al que quería que siempre admiraran al pasar, escucharan atentos mientras hablara o murmurara, aplaudieran mientras tan solo hacía un gesto o comprendieran mientras avergonzado se ocultara. Si, también la vanidad ha tutelado algunos de mis tiempos de este año, como la brisa de cosquillas ha movido la melancólica escasez de los cabellos añosos y agotados. Pero, a cambio, y en maravillosa cascada de besos entre las porfías de mi corazón, les he visto, a los míos, a los de siempre, les he visto alegres, limpios, trascendentes, vitales, guerreros, experimentado la gloria de los días felices que hemos tenido y advirtiendo la gloria de los que vendrán.
Desde mis pasos, con no poco asombro, he estado midiendo la calle polvorienta de todo lo hecho y vivido en este año que nos deja, y he creído que en mi rostro se ha dibujado un agrado, porque al final hasta en los momentos más oscuros alguien nos dijo una verdad, porque nunca nos faltó un hermoso abrazo en la intimidad de la disputa y porque allí, entre quienes he permanecido y ellos conmigo, siempre abundó el amor de Dios y el nuestro.
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