Steven Covey dice que un hábito se forma por la confluencia equilibrada y repetida de tres actitudes: conocimiento (por qué o para qué hago lo que hago), capacidad (el hacer lo que pretendo hacer) y deseo (querer hacer lo que debo hacer). Cierto amigo me comentó la lucha que ha vivido con varios compañeros de trabajo un poco menores en edad que él. Estos jóvenes se aliaron, según mi amigo, en su contra y, sin mediar ninguna causa justificada o, al menos evidente, aislaron de toda comunicación relacional a mi amigo hasta hacerlo “invisible”, según sus propias palabras. Mientras nos tomábamos un café, mi amigo y yo recordamos un importante consejo: “El conocimiento del problema entraña la comprensión adecuada del mismo, o por lo menos, de los límites”. El problema es el problema, dice Covey. Cuando no se conoce qué es lo que sucede con el rival, o con la situación que se adversa, difícilmente se logra superarla. Esto incluye el conocimiento y posterior comprensión de las necesidades y preocupaciones de la otra parte en el conflicto. Aquí radica, dicho en simples términos, el éxito de todo proceso de relaciones interpersonales. Es buscar el foco del problema y no tan solo los síntomas. Es cierto, cuando se conoce el problema y todo lo que lo envuelve se está en el camino de obtener la victoria.
Conocer y comprender la situación adversa y/o al adversario, provee los elementos para adquirir el poder (capacidad) para iniciar de forma sostenible y productiva, la acción reparadora, o la protección que neutralice los efectos dañinos del estímulo amenazante. Si no podemos hacer algo para cambiar al otro, no permitir que ese otro nos dañe. Es tanto como responder con asertividad. ¿contra qué o quién, realmente, estamos peleando?
Ha pasado algún tiempo y he vuelto a reunirme con mi amigo, quien me comenta su victoria al poner en práctica los sencillos términos de este importante consejo. Empecé a trabajar en mí, inicialmente, dice, me propuse iniciar un compromiso conmigo a manera de victoria privada como dice Covey de ESTRECHAR LAZOS y, de acuerdo a la Biblia, estar en paz, de ser posible, con todos. No hay mejor motivación (deseo) para hacer algo que tener el conocimiento y la capacidad para hacerlo. El ánimo de continuar trabajando en la misión de ESTRECHAR LAZOS me ha dejado en el comienzo de una nueva etapa de la misión laboral, y es la de marcar las distancias, con rayas amarillas sobre el pavimento y no con bloques de cemento. Estrechar lazos con mi Creador, con mi mismo y con mi prójimo, me hace libre de ataduras y relaciones tóxicas, así como me libera de cargas de personalidad que me impidan desarrollar todo el potencial del que dispongo en todas las áreas de mi vida: físicas, emocionales, intelectuales, sociales y espirituales. Estoy haciendo mi mejor esfuerzo, pero no estoy llamado a realizar lo que no puedo, hasta que ponga en marcha todos mis recursos, y de esta forma obtener la verdadera victoria sobre la única persona con la que estoy obligado a vivir toda la vida: yo. Esta victoria llegará cuando se empiece por interiorizar que la medida máxima de un hombre no radica en la posición que asume en tiempos de comodidad, control o conveniencia, sino en la posición que asume en tiempos de reto y controversia. “Eres de baja calidad si no puedes soportar la presión de la adversidad”. Proverbios 24:10 LBD.
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